Bienvenidos a esta primera entrega de la sección de Literatura. En esta oportunidad voy a compartir con ustedes un cuento que escribí con la intencionalidad de trabajar sobre Ley de Escala y Cuerpos en Equilibrio. Notarán algunas carencias literarias, pero quise compartirlo tal cual lo escribí en ese momento. El objetivo no era realizar análisis literario sino utilizar un disparador motivante. El curso en el cual lo implementé era cuarto año de polimodal con orientación en Comunicación, Arte y Diseño; del viejo sistema.
En esta entrada va la primera parte, la próxima semana presentaré la segunda y última parte. La primera parte del título obedece a la intención de elaborar una obra que titularía "Otros Diálogos en la Física", pero eso es otra historia.
Bien, acá va la Parte I.
Desde que se
había recibido de Ingeniero en Genética y comenzado a trabajar en
el Laboratorio de Servicios Genéticos para la Agro-Industria
(LASGAI), deseaba trabajar en las islas de Las Pequeñas Antillas. En
realidad, el Laboratorio alquilaba (conjuntamente con una empresa de
Tecnología Agroindustrial) una de las pequeñas islas vírgenes,
donde realizaba estudios y experimentos sobre genética aplicada a la
agroindustria.
Se
especializaba en control de plagas agrícolas, pero no sabía bien en
qué trabajaría en la isla. Al llegar lo esperaría el encargado en
jefe de todo el trabajo allí, es decir, la persona más importante
dentro de la isla. Era todo un honor y un reconocimiento ser recibido
así.
-Ingeniero
Manuel Suárez bienvenido. ¿Cómo está usted? –le dijo el Jefe
Polinsky, de origen ruso. –Espero que el viaje en nuestro barco le
haya sido placentero.
-Gracias por
la bienvenida. La verdad que el viaje fue muy tranquilo aunque no
podía deshacerme de las ansias de llegar.
-Me alegro
que lo haya disfrutado. Y le aseguro que su estadía acá no será
tan placentera, le espera un trabajo muy duro. Pero, ahora,
acompáñeme así puede instalarse, ya luego hablaremos de trabajo.
Manuel siguió
al Jefe Polinsky por un pasillo de cemento hasta un edificio adjunto
a la construcción central. No pudo notar si la caminata hasta ahí
fue larga porque en su cabeza resonaban las palabras del Jefe.
Al llegar a
ese edificio fue recibido por Walter Smith, el encargado de personal,
quien lo llevó hasta su habitación.
-Instálese
tranquilo- le dijo –Luego lo esperamos en el comedor.
Su habitación
era pequeña, de unos 3 por 2 metros, pero tenía lo necesario: una
cama, un pequeño guardaropas, mesita de luz, un pequeño escritorio
con conexión de red para su notebook y una silla. El almuerzo fue
ameno y delicioso (pollo frito acompañado de diversas ensaladas),
aunque nadie le adelantó nada de su tarea allí. Si fue presentado
con parte del personal que allí trabajaba. El encargado de la
cocina, José Barzollotti, y el mesero, James Smith (hermano de
Walter); la Jefa de Administración, Sandra O’conor; una
bioquímica, Penélope Aristegui; uno de los ingenieros especializado
en mantenimiento, Robert Maint; el director del laboratorio
específico donde trabajaría, Dr. Ikoe Takawa; y el Jefe de
Seguridad, Luis Méndez.
Este último
lo había mirado como interrogándole, y simultáneamente, como
desafiándole. En ese momento no entendió la particular mirada de
este personaje y lo atribuyó meramente a su rol dentro del
Laboratorio. Luego del almuerzo tenía una hora para descansar y
preparar su material de trabajo, que se reducía a su notebook
cargada de mucha información (lo demás podría obtenerlo en las
instalaciones del LASGAI).
El
Laboratorio se dividía en dos grandes secciones: la de Mejoramiento
de Especies (dedicada a investigar sobre las formas de mejorar las
especies agrícolas) y la de Control de Plagas (dedicada a investigar
las plagas existentes y las formas más efectivas para controlarlas).
En esta última es donde se desempeñaría. Luego del descanso Manuel
debía dirigirse al laboratorio número 4 de esa sección. Al llegar,
lo esperaban el Jefe Polinsky, la Doctora en Genética Laura
Sandoval, quien dirigía la Sección de Plagas, y el Jefe de
Seguridad, Méndez. La cautivadora figura de la Dra. Sandoval lo
mantuvo ausente del lugar y las otras personas por unos segundos,
pero luego reparó su mirada en Méndez y supo que lo que había
sentido antes no había sido casualidad.
El
laboratorio 4 era uno de los más grandes de las instalaciones,
contaba con dos grandes mesadas de trabajo, una de ellas equipada con
un microscopio electrónico, tres computadoras conectadas en red,
varios armarios con distintos materiales y, sobre el fondo, un
espacio de trabajo de campo, algo así como una pequeña huerta que
no solo incluía vegetales de la industria agrícola, también se
observaban algunas plantas típicas de zonas tropicales (reconocibles
por sus grandes hojas). Este espacio estaba separado del resto del
laboratorio por una pared y puerta de vidrio reforzado.
-Siéntese
Ingeniero- le dijo el Jefe Polinsky luego de haberlo presentado con
la encantadora Dra. Sandoval. –Voy a explicarle para qué está
usted acá. Verá –prosiguió- ha surgido un problema interno y
necesitamos de su ayuda.
-¿Problema
interno? –interrumpió Manuel- Explíqueme.
-El doctor
Stefan Hammer estuvo trabajando en este laboratorio por mucho tiempo.
El dirigía un proyecto de investigación basado en la utilización
de “insectos” para controlar plagas. Cómo usted debe saber, la
mantis religiosa es una depredadora natural de los insectos, una
amiga de los productores agrícolas.
-Sí, lo
sabía. En varios lugares del mundo se las cuida para controlar
naturalmente a las plagas de insectos y reducen el uso de pesticidas.
-Cierto, veo
que está muy bien informado. El Dr. Hammer deseaba introducir genes
de la mantis gigante en al mantis religiosa tradicional. Su trabajo
tenía el objetivo de lograr una mantis religiosa algo más grande en
tamaño que atacara y deborara a los mismos insectos que la original.
Una mantis religiosa de tamaño promedio mayor al tamaño natural
tendría un hambre más voraz y, por lo tanto, sería mucho mejor a
la hora de controlar plagas de insectos.
-Suena
razonable e interesante.-Intervino Manuel.
-Sí, y
ciertamente lo logró. Consiguió una mantis religiosa de 9
centímetros de largo en promedio. Esto ocurrió hace un par de años.
Pero su investigación no terminó allí. Esa mantis tenía ciertos
inconvenientes, por ejemplo era híbrida y vivía no más de 8 meses.
Con estas limitaciones se volvía un producto caro para lanzar al
mercado. Por esa razón decidió extender su investigación.
-Y en ese
momento comenzó todo. –intervino la Dr. Sandoval.
Manuel la
miró con intriga, pero rápidamente volvió sus ojos hacia el Jefe
Polinsky, que miraba a la Dra. Sandoval con expresión severa.
-Por ese
entonces –prosiguió Polinsky- El Dr. Hammer tuvo una crisis
matrimonial, su esposa lo abandonó. El quedó muy mal, incluso vino
el director general y le dio tres semanas de vacaciones para que
pudiera recuperarse del mal trago. Lo cierto es que después de eso,
él cambió totalmente, se volvió introvertido, se retrasaba con los
informes de su investigación y, además, estos eran incompletos.
Luego supimos que había estado trabajando en mejorar su mantis,
introdujo los genes que codifican la reproducción en la mantis
gigante y la hormona que produce la enfermedad de gigantismo en los
humanos.
-¡Pero ese
hombre estaba loco!-dijo Manuel totalmente sorprendido.
-Estoy de
acuerdo –intervino la Dra. Sandoval.
-Yo lo avisé,
pero nadie me escuchó –agrego Méndez.
-No perdamos
tiempo en reclamos y sigamos con lo que ahora es muy necesario.
–retomó la dirección del diálogo el Jefe Polinsky –Lo cierto
es que Hammer tuvo éxito, y mucho. Logró una mantis de 4,8 metros
de largo, además de resolver los problemas de duración de vida y de
reproducción.
-¡Eso es una
aberración! –exclamó Manuel.
-Sí, y lo
necesitamos a usted para que nos ayude a terminar con ella.
–concluyó Polinsky.
Méndez, que
no podía contener su enfado por no haber sido escuchado, agregó:
-Debemos cazar a la Atalanta y necesitamos que usted nos diga cual es
la mejor forma de hacerlo.
-¿Atalanta?
¿Qué es eso? ¿Por qué ese nobre? –preguntó Manuel.
-Atalanta era
una deidad griega. La leyenda dice que fue amamantada por una osa, se
dedicaba a la caza y era muy buena, igual que la mantis. Por esa
razón apodamos a esa bestia como aquella deidad.
Retomó la
palabra el Jefe Polinsky: -Méndez es aficionado a la historia
antigua, a él se le ocurrió ese nombre para la mantis gigantesca.
Pero volvamos a lo que nos ocupa. Necesitamos que nos diga si se
puede utilizar un pesticida o deberemos cazarla como cazan tigres en
África.
-Mmmm… Para
utilizar pesticida, primero tendríamos que estudiarla, ver su
genética y sus hábitos. Para cazarla habría que tenderle una
trampa, lo cual es difícil por ser ella una cazadora. Cazarla
persiguiéndola es más difícil, si se ve amenazada atacará
ferozmente o huirá. ¿Pero qué pasó con el Dr. Hammer? Digo: ¿Por
qué no le preguntan a él?
-El Dr.
Hammer ya no nos acompaña. –respondió Polinsky.
-¿Fue
despedido?
-No, fue el
primer almuerzo humano de la Atalanta. –respondió la Dra.
Sandoval.
-Muéstrele
el video. –agregó Méndez.
Inmediatamente
el Jefe Polinsky tomó el teclado de la computadora principal y
procedió a proyectar el video de seguridad correspondiente. En el
mismo se veía como el Dr. Hammer, un hombre de estatura mediana,
hombros anchos y cuarentón, entraba en el espacio del fondo (la
huerta), donde se alcanzaba a ver a la gigantesca mantis dispuesta
como una estatua. Luego de unos segundos, en los cuales el Dr. Hammer
observaba a la “aberración” y tomaba notas, es atacado por la
Atalanta. Las patas delanteras del animal se incrustaron en el
cuerpo del doctor, las fuertes espinas de las mismas no lo dejaban
escapar; mientras tanto, y sin perder tiempo, la mantis comenzó a
devorarlo por el lado derecho del cuello. Luego de casi un minuto de
de ver como la Atalanta devoraba vorazmente a su presa, pudo notarse
como el doctor ya no luchaba y su rostro había desaparecido. En ese
momento entró el ayudante del doctor Hammer, un biólogo joven de
apellido Hasselhoff, que al ver la terrorífica escena accionó el
mecanismo que abría el techo del laboratorio, permitiendo que la
mantis escapara. El techo se podía abrir para permitir que se
renovara el aire y aprovechar las lluvias. El Jefe Polinsky y la Dra.
Sandoval explicaron que, luego de observar el lugar, se podía
deducir que Hammer alimentaba a la Mantis todos los días con
animales pequeños vivos y luego tomaba nota de su comportamiento.
Parecía ser que ese día, la mantis se había quedado con hambre y
por ese motivo atacó al Dr. Hammer.
Luego del
ingrato espectáculo, decidieron que al día siguiente buscarían a
la mantis y tratarían de matarla utilizando redes y arcos y flechas
que había confeccionado Méndez (quién era un hombre muy capaz,
había tenido entrenamiento militar). No podía llevar armas de fuego
a la isla, el control de puerto no lo permitía. Y si de alguna forma
las llevaban, alguien daría aviso a la policía de los disparos y
esta tomaría cartas en el asunto, y esto no sería buena publicidad
para el LASGAI, además de los problemas legales que debería
enfrentar.
El Jefe
Polinsky había ordenado que se llevaran a la isla y se liberaran,
perros, conejos y chivos, para que la Atalanta se alimentara y no
decidiera intentar llegar a la costa. En la zona donde liberaban a
los animales, es donde, al día siguiente, comenzaron la búsqueda
del animal. Al poco tiempo, encontraron a la Atalanta devorando un
pequeño chico, era la misma escena que ver a una mantis gigante
devorando un ratón. Intentaron rodearla, pero gracias a sus ojos
compuestos estaba alerta de todos los movimientos. Por ello escapó
dando un gran salto y ayudándose con sus alas. Pronto se perdió
entre la maleza. Sin perder tiempo, la comitiva de cacería se
dirigió hacia la zona a la que la mantis emprendió fuga.
Unos 40
minutos después, se habían repartido un poco para abarcar más
terreno y reducir el tiempo de búsqueda. Manuel ya se había
asombrado de ver la majestuosidad de aquel animal antinatural, pero
lo que iba a presenciar le helaría hasta lo más profundo de su
espíritu. Entre dos palmeras que se encontraban a su espalda, cuyos
troncos estaban cubiertos de maleza, se lanzaron las patas anteriores
de la mantis, como lanzas mortales, incrustando sus espinas en el
cuerpo de Javier Feldman, uno de los agentes de seguridad. El joven
miró a Manuel con los ojos llenos de terror, mientras era arrastrado
hasta la mantis. En tan solo un segundo, la Atalanta asestó sus
mandíbulas en el cuello de Javier. Manuel reaccionó con gritos de
auxilio, pero ya era tarde, la Atalanta había mordido y devorado la
yugular de su presa. Todos corrieron con gritos de guerra y lanzando
flechas hacia el animal, pero fue en vano. Cuando la mantis se vio
amenazada, huyó tan rápido como lo había hecho antes. El jefe
Polinsky y Méndez coincidieron en ordenar que todos volvieran a las
instalaciones del LASGAI.
Licencia: Diálogo en el Laboratoro: Atalanta por Rubén H. Cortez C. se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
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