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miércoles, 2 de marzo de 2016

Diálogo en el Laboratorio: Atalanta

Bienvenidos a esta primera entrega de la sección de Literatura. En esta oportunidad voy a compartir con ustedes un cuento que escribí con la intencionalidad de trabajar sobre Ley de Escala y Cuerpos en Equilibrio. Notarán algunas carencias literarias, pero quise compartirlo tal cual lo escribí en ese momento. El objetivo no era realizar análisis literario sino utilizar un disparador motivante. El curso en el cual lo implementé era cuarto año de polimodal con orientación en Comunicación, Arte y Diseño; del viejo sistema. 
En esta entrada va la primera parte, la próxima semana presentaré la segunda y última parte. La primera parte del título obedece a la intención de elaborar una obra que titularía "Otros Diálogos en la Física", pero eso es otra historia.
Bien, acá va la Parte I. 

 Desde que se había recibido de Ingeniero en Genética y comenzado a trabajar en el Laboratorio de Servicios Genéticos para la Agro-Industria (LASGAI), deseaba trabajar en las islas de Las Pequeñas Antillas. En realidad, el Laboratorio alquilaba (conjuntamente con una empresa de Tecnología Agroindustrial) una de las pequeñas islas vírgenes, donde realizaba estudios y experimentos sobre genética aplicada a la agroindustria.
Se especializaba en control de plagas agrícolas, pero no sabía bien en qué trabajaría en la isla. Al llegar lo esperaría el encargado en jefe de todo el trabajo allí, es decir, la persona más importante dentro de la isla. Era todo un honor y un reconocimiento ser recibido así.
-Ingeniero Manuel Suárez bienvenido. ¿Cómo está usted? –le dijo el Jefe Polinsky, de origen ruso. –Espero que el viaje en nuestro barco le haya sido placentero.
-Gracias por la bienvenida. La verdad que el viaje fue muy tranquilo aunque no podía deshacerme de las ansias de llegar.
-Me alegro que lo haya disfrutado. Y le aseguro que su estadía acá no será tan placentera, le espera un trabajo muy duro. Pero, ahora, acompáñeme así puede instalarse, ya luego hablaremos de trabajo.
Manuel siguió al Jefe Polinsky por un pasillo de cemento hasta un edificio adjunto a la construcción central. No pudo notar si la caminata hasta ahí fue larga porque en su cabeza resonaban las palabras del Jefe.
Al llegar a ese edificio fue recibido por Walter Smith, el encargado de personal, quien lo llevó hasta su habitación.
-Instálese tranquilo- le dijo –Luego lo esperamos en el comedor.
Su habitación era pequeña, de unos 3 por 2 metros, pero tenía lo necesario: una cama, un pequeño guardaropas, mesita de luz, un pequeño escritorio con conexión de red para su notebook y una silla. El almuerzo fue ameno y delicioso (pollo frito acompañado de diversas ensaladas), aunque nadie le adelantó nada de su tarea allí. Si fue presentado con parte del personal que allí trabajaba. El encargado de la cocina, José Barzollotti, y el mesero, James Smith (hermano de Walter); la Jefa de Administración, Sandra O’conor; una bioquímica, Penélope Aristegui; uno de los ingenieros especializado en mantenimiento, Robert Maint; el director del laboratorio específico donde trabajaría, Dr. Ikoe Takawa; y el Jefe de Seguridad, Luis Méndez.
Este último lo había mirado como interrogándole, y simultáneamente, como desafiándole. En ese momento no entendió la particular mirada de este personaje y lo atribuyó meramente a su rol dentro del Laboratorio. Luego del almuerzo tenía una hora para descansar y preparar su material de trabajo, que se reducía a su notebook cargada de mucha información (lo demás podría obtenerlo en las instalaciones del LASGAI).
El Laboratorio se dividía en dos grandes secciones: la de Mejoramiento de Especies (dedicada a investigar sobre las formas de mejorar las especies agrícolas) y la de Control de Plagas (dedicada a investigar las plagas existentes y las formas más efectivas para controlarlas). En esta última es donde se desempeñaría. Luego del descanso Manuel debía dirigirse al laboratorio número 4 de esa sección. Al llegar, lo esperaban el Jefe Polinsky, la Doctora en Genética Laura Sandoval, quien dirigía la Sección de Plagas, y el Jefe de Seguridad, Méndez. La cautivadora figura de la Dra. Sandoval lo mantuvo ausente del lugar y las otras personas por unos segundos, pero luego reparó su mirada en Méndez y supo que lo que había sentido antes no había sido casualidad.
El laboratorio 4 era uno de los más grandes de las instalaciones, contaba con dos grandes mesadas de trabajo, una de ellas equipada con un microscopio electrónico, tres computadoras conectadas en red, varios armarios con distintos materiales y, sobre el fondo, un espacio de trabajo de campo, algo así como una pequeña huerta que no solo incluía vegetales de la industria agrícola, también se observaban algunas plantas típicas de zonas tropicales (reconocibles por sus grandes hojas). Este espacio estaba separado del resto del laboratorio por una pared y puerta de vidrio reforzado.
-Siéntese Ingeniero- le dijo el Jefe Polinsky luego de haberlo presentado con la encantadora Dra. Sandoval. –Voy a explicarle para qué está usted acá. Verá –prosiguió- ha surgido un problema interno y necesitamos de su ayuda.
-¿Problema interno? –interrumpió Manuel- Explíqueme.
-El doctor Stefan Hammer estuvo trabajando en este laboratorio por mucho tiempo. El dirigía un proyecto de investigación basado en la utilización de “insectos” para controlar plagas. Cómo usted debe saber, la mantis religiosa es una depredadora natural de los insectos, una amiga de los productores agrícolas.
-Sí, lo sabía. En varios lugares del mundo se las cuida para controlar naturalmente a las plagas de insectos y reducen el uso de pesticidas.
-Cierto, veo que está muy bien informado. El Dr. Hammer deseaba introducir genes de la mantis gigante en al mantis religiosa tradicional. Su trabajo tenía el objetivo de lograr una mantis religiosa algo más grande en tamaño que atacara y deborara a los mismos insectos que la original. Una mantis religiosa de tamaño promedio mayor al tamaño natural tendría un hambre más voraz y, por lo tanto, sería mucho mejor a la hora de controlar plagas de insectos.
-Suena razonable e interesante.-Intervino Manuel.
-Sí, y ciertamente lo logró. Consiguió una mantis religiosa de 9 centímetros de largo en promedio. Esto ocurrió hace un par de años. Pero su investigación no terminó allí. Esa mantis tenía ciertos inconvenientes, por ejemplo era híbrida y vivía no más de 8 meses. Con estas limitaciones se volvía un producto caro para lanzar al mercado. Por esa razón decidió extender su investigación.
-Y en ese momento comenzó todo. –intervino la Dr. Sandoval.
Manuel la miró con intriga, pero rápidamente volvió sus ojos hacia el Jefe Polinsky, que miraba a la Dra. Sandoval con expresión severa.
-Por ese entonces –prosiguió Polinsky- El Dr. Hammer tuvo una crisis matrimonial, su esposa lo abandonó. El quedó muy mal, incluso vino el director general y le dio tres semanas de vacaciones para que pudiera recuperarse del mal trago. Lo cierto es que después de eso, él cambió totalmente, se volvió introvertido, se retrasaba con los informes de su investigación y, además, estos eran incompletos. Luego supimos que había estado trabajando en mejorar su mantis, introdujo los genes que codifican la reproducción en la mantis gigante y la hormona que produce la enfermedad de gigantismo en los humanos.
-¡Pero ese hombre estaba loco!-dijo Manuel totalmente sorprendido.
-Estoy de acuerdo –intervino la Dra. Sandoval.
-Yo lo avisé, pero nadie me escuchó –agrego Méndez.
-No perdamos tiempo en reclamos y sigamos con lo que ahora es muy necesario. –retomó la dirección del diálogo el Jefe Polinsky –Lo cierto es que Hammer tuvo éxito, y mucho. Logró una mantis de 4,8 metros de largo, además de resolver los problemas de duración de vida y de reproducción.
-¡Eso es una aberración! –exclamó Manuel.
-Sí, y lo necesitamos a usted para que nos ayude a terminar con ella. –concluyó Polinsky.
Méndez, que no podía contener su enfado por no haber sido escuchado, agregó: -Debemos cazar a la Atalanta y necesitamos que usted nos diga cual es la mejor forma de hacerlo.
-¿Atalanta? ¿Qué es eso? ¿Por qué ese nobre? –preguntó Manuel.
-Atalanta era una deidad griega. La leyenda dice que fue amamantada por una osa, se dedicaba a la caza y era muy buena, igual que la mantis. Por esa razón apodamos a esa bestia como aquella deidad.
Retomó la palabra el Jefe Polinsky: -Méndez es aficionado a la historia antigua, a él se le ocurrió ese nombre para la mantis gigantesca. Pero volvamos a lo que nos ocupa. Necesitamos que nos diga si se puede utilizar un pesticida o deberemos cazarla como cazan tigres en África.
-Mmmm… Para utilizar pesticida, primero tendríamos que estudiarla, ver su genética y sus hábitos. Para cazarla habría que tenderle una trampa, lo cual es difícil por ser ella una cazadora. Cazarla persiguiéndola es más difícil, si se ve amenazada atacará ferozmente o huirá. ¿Pero qué pasó con el Dr. Hammer? Digo: ¿Por qué no le preguntan a él?
-El Dr. Hammer ya no nos acompaña. –respondió Polinsky.
-¿Fue despedido?
-No, fue el primer almuerzo humano de la Atalanta. –respondió la Dra. Sandoval.
-Muéstrele el video. –agregó Méndez.
Inmediatamente el Jefe Polinsky tomó el teclado de la computadora principal y procedió a proyectar el video de seguridad correspondiente. En el mismo se veía como el Dr. Hammer, un hombre de estatura mediana, hombros anchos y cuarentón, entraba en el espacio del fondo (la huerta), donde se alcanzaba a ver a la gigantesca mantis dispuesta como una estatua. Luego de unos segundos, en los cuales el Dr. Hammer observaba a la “aberración” y tomaba notas, es atacado por la Atalanta. Las patas delanteras del animal se incrustaron en el cuerpo del doctor, las fuertes espinas de las mismas no lo dejaban escapar; mientras tanto, y sin perder tiempo, la mantis comenzó a devorarlo por el lado derecho del cuello. Luego de casi un minuto de de ver como la Atalanta devoraba vorazmente a su presa, pudo notarse como el doctor ya no luchaba y su rostro había desaparecido. En ese momento entró el ayudante del doctor Hammer, un biólogo joven de apellido Hasselhoff, que al ver la terrorífica escena accionó el mecanismo que abría el techo del laboratorio, permitiendo que la mantis escapara. El techo se podía abrir para permitir que se renovara el aire y aprovechar las lluvias. El Jefe Polinsky y la Dra. Sandoval explicaron que, luego de observar el lugar, se podía deducir que Hammer alimentaba a la Mantis todos los días con animales pequeños vivos y luego tomaba nota de su comportamiento. Parecía ser que ese día, la mantis se había quedado con hambre y por ese motivo atacó al Dr. Hammer.
Luego del ingrato espectáculo, decidieron que al día siguiente buscarían a la mantis y tratarían de matarla utilizando redes y arcos y flechas que había confeccionado Méndez (quién era un hombre muy capaz, había tenido entrenamiento militar). No podía llevar armas de fuego a la isla, el control de puerto no lo permitía. Y si de alguna forma las llevaban, alguien daría aviso a la policía de los disparos y esta tomaría cartas en el asunto, y esto no sería buena publicidad para el LASGAI, además de los problemas legales que debería enfrentar.
El Jefe Polinsky había ordenado que se llevaran a la isla y se liberaran, perros, conejos y chivos, para que la Atalanta se alimentara y no decidiera intentar llegar a la costa. En la zona donde liberaban a los animales, es donde, al día siguiente, comenzaron la búsqueda del animal. Al poco tiempo, encontraron a la Atalanta devorando un pequeño chico, era la misma escena que ver a una mantis gigante devorando un ratón. Intentaron rodearla, pero gracias a sus ojos compuestos estaba alerta de todos los movimientos. Por ello escapó dando un gran salto y ayudándose con sus alas. Pronto se perdió entre la maleza. Sin perder tiempo, la comitiva de cacería se dirigió hacia la zona a la que la mantis emprendió fuga.
Unos 40 minutos después, se habían repartido un poco para abarcar más terreno y reducir el tiempo de búsqueda. Manuel ya se había asombrado de ver la majestuosidad de aquel animal antinatural, pero lo que iba a presenciar le helaría hasta lo más profundo de su espíritu. Entre dos palmeras que se encontraban a su espalda, cuyos troncos estaban cubiertos de maleza, se lanzaron las patas anteriores de la mantis, como lanzas mortales, incrustando sus espinas en el cuerpo de Javier Feldman, uno de los agentes de seguridad. El joven miró a Manuel con los ojos llenos de terror, mientras era arrastrado hasta la mantis. En tan solo un segundo, la Atalanta asestó sus mandíbulas en el cuello de Javier. Manuel reaccionó con gritos de auxilio, pero ya era tarde, la Atalanta había mordido y devorado la yugular de su presa. Todos corrieron con gritos de guerra y lanzando flechas hacia el animal, pero fue en vano. Cuando la mantis se vio amenazada, huyó tan rápido como lo había hecho antes. El jefe Polinsky y Méndez coincidieron en ordenar que todos volvieran a las instalaciones del LASGAI. 

Licencia: Diálogo en el Laboratoro: Atalanta por Rubén H. Cortez C. se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

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